La terapia presencial ofrece una conexión más personal y cercana entre el terapeuta y el cliente, permitiendo una comunicación no verbal más completa. Brinda un espacio físico separado del entorno cotidiano del cliente, lo que puede promover una sensación de seguridad y confidencialidad. La interacción cara a cara también facilita la lectura de las expresiones faciales y el lenguaje corporal, lo que ayuda al terapeuta a comprender mejor las emociones y necesidades del cliente. La terapia presencial puede ser menos accesible para aquellos que tienen dificultades de movilidad o que viven lejos del consultorio del terapeuta. Además, puede haber limitaciones de tiempo y horario, lo que dificulta la coordinación de las sesiones en función de la disponibilidad de ambas partes. En situaciones como la pandemia de COVID-19, la terapia presencial puede implicar riesgos para la salud tanto para el cliente como para el terapeuta.